07 junio 2009

La muerte de Ofelia



















Allí donde en el rió crece un sauce recostado,

que refleja hojas blancas en el agua cristalina.

Allí, mientras tejía fantásticas guirnaldas

de ranunculos, ortigas, margaritas y esas flores alargadas

que los pastores procaces llaman con nombres soeces,

pero que en boca de nuestras doncellas no son

sino “dedos de difunto”. Allí, cuando trepaba

para colgar en el árbol su corona silvestre,

rompiese una rama pérfida, y cayo ella, y sus trofeos

floridos en aquel arroyo de lagrimas. Extendidos

sus ropajes en el agua, salía a flote cual sirena,

y cantaba estrofas de antiguas canciones,

inconsciente del peligro, o como hija del agua,

acostumbrada a vivir en el propio elemento.

No paso mucho tiempo, sin embargo,

sin que el peso de sus vestidos empapados de agua

arrebatara de sus cánticos a la infeliz, arrastrándola

al cieno de la muerte.

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