27 abril 2009

El Yo ya no vive en un infierno poblado de otros egos rivales, lo relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto, la extrañeza absoluta ante el otro, deseo y dolor de estar solo. Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y lo surca, incapaz de el Otro. No contento con producir el aislamiento, el sistema egendra su deseo, deseo imposible que, una vez conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez mas solo y simultáneamente no se soporta a si mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin.

Gilles Lipovesky-La era del vacio.

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